Un año más llega el "Día Internacional del Libro Infantil" en recuerdo de H.C. Andersen. Desde 1967, cincuenta y tres ediciones para recordar la importancia, la necesidad del libro entre los niños como pasaporte al viaje, a la imaginación, al ocio, a la capacidad de soñar, al libro como refugio. Este año el mensaje llega desde Eslovenia. Peter Svetina pone la palabra en su texto "Hambre de palabras" y Damijan Stepancic es quien ilustra el cartel.
Damijan Stepancic
"HAMBRE DE PALABRAS"
de Peter Svetina
de Peter Svetina
Donde yo vivo, los
arbustos se vuelven verdes a finales de abril o principios de mayo. Al poco
tiempo, se llenan de crisálidas de mariposas, que lucen como vetas de algodón o
algodón de azúcar. Las orugas devoran los arbustos hoja tras hoja, hasta dejarlos
despojados. Cuando las mariposas salen de sus crisálidas, echan a volar, pero
los arbustos no quedan arruinados. Al llegar el verano brotan de nuevo, y así
una y otra vez.
Esta es la imagen de un
escritor, la imagen de un poeta. Son carcomidos, agotados por sus historias y
sus poemas, las cuales, una vez finalizadas, emprenden su propio vuelo,
refugiándose en los libros y encontrando a sus lectores. Esto no deja de
repetirse.
¿Qué ocurre con estas
historias y estos poemas?
Conozco a un chico al que
tuvieron que operar de los ojos. Tras la operación, pasaron dos semanas donde
solo se le permitió permanecer recostado sobre su lado derecho, y después de
aquello, otro mes donde no pudo leer nada. Cuando volvió a coger un libro, mes
y medio después, sintió como si estuviera recogiendo palabras a cucharadas,
casi comiéndoselas.
Y conozco a una chica que
ahora es maestra. Me dijo: pobres de aquellos niños a los que sus padres no
leían libros.
Las palabras en los poemas
y en los cuentos son alimento. No alimento para el cuerpo, nada que pueda
llenar el estómago. Son alimento para el espíritu y para el alma.
Cuando el hombre tiene
hambre o sed, se le encoge el estómago y se le seca la boca. Busca encontrar
algo para comer, un trozo de pan, un plato de arroz o de maíz, un pescado o un
plátano. Cuanto más hambriento se encuentra, más se le estrecha la mirada; ya
no ve otra cosa que aquello que pueda saciarle.
Sin embargo, el hambre de
palabras se manifiesta de forma distinta: como una tristeza, una apatía, una
arrogancia. Las personas que sufren de este tipo de hambre no son conscientes
de que sus almas están tiritando, de que están pasando junto a sí mismas sin
haberse percibido. Una parte de su propio mundo se les va de las manos sin
ellos darse cuenta.
Este tipo de hambre es la
que sacian los poemas y las historias.
¿Existe, no obstante,
esperanza para aquellos que nunca han satisfecho esta hambre con palabras?
Sí. Aquel chico lee casi
cada día. La chica que es maestra lee cuentos a sus alumnos cada viernes, cada
semana. Si alguna vez se olvida, los niños no tardan en recordárselo.
¿Y qué ocurre con el
escritor, con el poeta? Con la llegada del verano, volverán a verdecer. Y una
vez más serán engullidos por sus historias y poemas, que acabarán volando en
todas las direcciones, igual que las mariposas. Una y otra vez.
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